miércoles, 23 de noviembre de 2016

Liderando en Wall Street

Existe una gran cantidad de bibliografía sobre liderazgo. Muchos de nosotros hemos leído todo tipo de artículos y libros al respecto. Hemos devorado teorías y admirado biografías de aparentes grandes líderes que, supuestamente, deberían mostrarnos el camino al éxito.

Pero algunos de nosotros, solo algunos, hemos sido también líderes. Hemos tenido a nuestro cargo equipos de personas, de mayor o menor dimensión, aunados en la persecución de un objetivo común. Y los que lideramos o hemos liderado equipos durante muchos años, sabemos que, entre la tinta escrita en los libros de management y la práctica real del noble arte de liderar hay, en ocasiones, grandes diferencias prácticas.

Permítanme que me olvide de las teorías y me centre en las experiencias y las sensaciones de años de liderazgo.

Para mí, liderar tiene mucho que ver con un trabajo profundo y sin desmayo en tres ámbitos fundamentales:

-    Ayudar al equipo a encontrar el sentido de nuestra misión como empresa y de nuestro trabajo en particular,
-    Predicar con el ejemplo, siendo un modelo de comportamiento, no solo en lo profesional, sino en la manera de ver la vida y,
-    Administrando las reglas del juego que rigen la vida del equipo con un elevado sentido humanista y de la justicia.

Tal vez me esté alejando de teorías más sesudas y complejas pero les aseguro que centrar mi ejercicio del liderazgo en esos tres ejes siempre me ha dado buen resultado. Bueno, siempre no. Casi siempre. En alguna que otra ocasión he tenido algún fracaso intentando aplicar mis particulares teorías.

Porque lo cierto es que, ahora que lo recuerdo, en algunos momentos de mi vida profesional, ese estilo de liderazgo me ha dado verdaderos quebraderos de cabeza. Y es que, liderar de esa forma en una empresa que tenga como objetivo central y casi único la rentabilidad y la consecución de valor para los accionistas, en que las relaciones entre las personas se basan principalmente en una dura competencia para ganar poder o influencia o para conseguir ascensos, es prácticamente imposible o, al menos, muy difícil de practicar. Puede llegar a ser un suicidio profesional salvo que tengas aliados muy sólidos en la organización para pilotar un cambio de cultura.

¿Cómo vas a centrarte en profundizar en el sentido social o humano de las cosas allá donde lo único que importa es el dinero?

¿Qué tipo de ejemplo de comportamiento puedes dar allá dónde solo se esperan codazos y enfrentamientos sutiles para ganar poder?

¿Cómo vas a aplicar la justicia y un respeto profundo por el ser humano allá dónde el ser humano no es más que un instrumento para satisfacer la codicia de algunos y dónde un buen número de esas personas se suman gustosas a ese juego letal persiguiendo una quimera insensata?

Cada vez me es más difícil ejercer el liderazgo en organizaciones que no tienen un claro componente social o que no entienden el beneficio tan solo como una consecuencia de contribuir al bienestar de la comunidad, sino que lo ven como un fin en sí mismo. Empresas que no entienden que están al servicio de las personas y que se sirven de los recursos naturales como si estos fueran ilimitados.


No se, pero en estos momentos no puedo imaginarme cómo puede ser el tipo de liderazgo real (no el que nos explican en artículos y panfletos) que se utiliza en alguno de los gigantes de Wall Street. Tal vez prefiera no saberlo o, tal vez algún día investigue sobre ello y se los cuente en estas páginas.

martes, 12 de abril de 2016

Cuando la política monetaria no es suficiente

No hace demasiado nos despertamos con la noticia de que el Banco Central Europeo había bajado los tipos de interés hasta el 0% y, entre otras medidas, había incrementado su programa mensual de compra de deuda hasta en 20.000 millones de euros adicionales incluyendo además en el mismo, determinadas emisiones de deuda privada,

Esas medidas tienen el objetivo de dinamizar la actividad económica, insuflar liquidez en el circuito bancario para animar la concesión de crédito y combatir las tendencias deflacionistas.

Pero, ¿es acaso siempre la solución a los males que aquejan a nuestras economías el recurrir a este tipo de política monetaria? ¿Cuántos años llevamos, y no solo en Europa, recurriendo a esta clase de medidas sin acabar de salir del bache en el que nos encontramos?

La política monetaria puede ayudar a ganar tiempo con el fin de implantar otro tipo de reformas de mucho más calado pero, cuando se convierten en casi el único recurso, sin acudir a otro tipo de políticas sociales y fiscales, o sin que el cambio de comportamiento de los diferentes agentes económicos pueda jugar un papel, con independencia de lo que hagan o dejen de hacer los gobiernos, a los que tanto nos fiamos, la política monetaria puede acabar convirtiéndose en una bomba de relojería.

En los años previos a la crisis vivimos un largo tiempo de intereses reales negativos y ello solo provocó que se hincharan, hasta explotar, burbujas especulativas de todo tipo. Ahora no tenemos técnicamente, tipos de interés negativos pero si tenemos psicológicamente, tipos históricamente bajos. Además, las enormes inyecciones de liquidez que van a parar al sistema bancario en buena  medida, engordando artificialmente el balance de los bancos centrales, no están sirviendo para impulsar el crédito productivo y pueden acabar impulsando, más tarde o más temprano, nuevas e inesperadas burbujas e incrementando más, si cabe, el ya abultado endeudamiento global.

¿Hasta cuando podemos esperar que los bancos centrales continúen engordando artificialmente su balance sin que ello acabe pasando una dolorosa factura a la economía real?

El verdadero problema estriba en el deficiente funcionamiento del sistema capitalista, que no se soluciona solo por la aplicación de más controles y con más intervención pública, y que acaba  manifestándose en forma de una creciente desigualdad, tanto entre diversas zonas del globo como dentro de un mismo país, provocando una desaparición paulatina de las clases medias que son las que alimentan al sistema y la desactivación del ascensor social que le dota de dinamismo.

El sector público poco puede hacer para abordar este problema por razones diversas. En primer lugar porque al ser un problema global requeriría de una gobernanza global que no existe y que está lejos de existir. En segundo lugar porque, aunque se pudieran implementar medidas a nivel nacional o supranacional, los políticos actuales acaban recurriendo a las mismas viejas recetas de siempre, incrementando la presión fiscal, los controles y las normas, con lo que acaban limitando la creatividad y la iniciativa. Y, por último, porque en la mayoría de países existe tal déficit de legitimidad democrática, que, aunque las dos razones anteriores pudieran soslayarse y se pudiera avanzar de alguna forma, el necesario consenso social sobre medidas drásticas y profundas, sería casi imposible de conseguir.

La historia nos dice que las realidades cambian cuando las sociedades avanzan y progresan forzando a los poderes públicos a reinventarse y adaptarse a los nuevos tiempos. Necesitamos un cambio profundo en la conciencia de los individuos y de las empresas que nos lleve a una manera distinta y humanista de interpretar las relaciones económicas. Cuando los consumidores piensen más allá de su "función de utilidad" a la hora de consumir y cuando las empresas vean más allá de su cuenta de resultados a la hora de enfocar sus actividades productivas, estaremos sentando la  primera piedra de un necesario cambio de paradigma,


Mientras esto no ocurra y los ciudadanos no tomemos las riendas, podemos seguir esperando a que el continuo crecimiento de la política monetaria nos vuelva a jugar una mala pasada y tengamos que volver a lamentarnos por nuestra mala cabeza.

lunes, 1 de febrero de 2016

El lado oscuro

De cierto contenido metafórico, la saga “La Guerra de las Galaxias” nos deja, en varias de sus entregas, frases para la reflexión.

Una saga cinematográfica que, en el fondo, se resume en una lucha entre el bien y el mal, representados estos por “el lado luminoso de la fuerza” y por su cara opuesta, “el lado oscuro”.

En nuestras sofisticadas sociedades occidentales, tendemos a relativizar el mal. A situarlo a menudo dentro de un contexto que suavice sus aristas, que busque sus causas últimas, a veces que socialice sus orígenes convirtiendo a multitudes silentes y perplejas en supuestos responsables de lo que hacen unos pocos. Pero el mal es el mal, debe ser primero prevenido, cuando se produce,  corregido y, por último, castigado.

También en la actividad empresarial podemos encontrarnos con el mal latente en aquellas actitudes que se afanan en perseguir la maximización del beneficio sin atender a ninguna otra consideración. En otras que buscan el poder de manera patológica o que se concentran en conseguir el dominio cuasi monopolístico de los mercados en los que operan sin preocuparse por lo que conviene a la sociedad en general.

Afortunadamente, muchos altos directivos y consejeros ya empiezan a entender la necesidad moral y también las ventajas prácticas de alinearse con “el lado luminoso de la fuerza”, aunque seguimos intuyendo el poder del “lado oscuro” en multitud de situaciones que se producen continuamente en el mundo empresarial.

En una de las películas de la saga, el inefable Yoda confiesa a Luke Skywalker que “el miedo es el camino hacia el lado oscuro”. El miedo a la pérdida de relevancia de una empresa dentro de su sector. El miedo al análisis inmisericorde, cortoplacista, y a veces sesgado, de los mercados financieros. El miedo a caer en desgracia. El miedo a que la cuenta de resultados no presente crecimientos constantes. El miedo a perder cargos y prebendas. ...

Aunque pueda haberles parecido un tanto copernicano el giro que acaba de tomar mi relato, puedo asegurarles que la gestión del miedo es un elemento indispensable en el diseño de los modelos de gobierno de las empresa.


Precisamente por eso es tan importante el adecuado diseño de esos modelos de gobierno. De ahí la relevancia de la presencia de consejeros independientes dentro de los órganos de administración, con experiencia y éticamente irreprochables, que se impliquen en la selección de los altos cargos directivos, nombrando personas que no solo sean capaces, sino que tengan sólidas convicciones. Consejeros independientes, que acompañados de estatutos que les permitan llevar a cabo su función sin caer en la tiranía de las mayorías y de las luchas de poder, sean capaces de prevenir el miedo y de corregirlo si este se produce. Consejeros que acompañen a los ejecutivos en su duro camino, que arropen sus reflexiones facilitando decisiones sensatas y equilibradas.

La composición y la regulación de un consejo de administración no es tan solo un trámite más para cualquier empresa, pequeña o grande, es un ejercicio de prevención del miedo. Es un antídoto contra el lado oscuro.